El primer día del otoño o el primer día de la primavera. Son las dos caras de cada 21 de marzo. Ayrton Senna vino al mundo el mismo día en que comenzaba el otoño de 1960 en Sao Paulo Pero su llegada a la Fórmula 1 en 1984 supuso una nueva primavera para el deporte del motor, que ha conocido pocos ídolos con su carisma.
Senna cumpliría ahora 60 años. ’60 primaveras’, se dice en castellano cuando se festeja un cumpleaños. Él solo pudo celebrar 34 porque el 1 de mayo de 1994, en la curva Tamburello del circuito italiano de Imola, encontró la muerte a 300 km por hora.
Para entonces, ‘Beco’ ya había sido tres veces campeón de mundo, en 1988, 1990 y 1991.
Una imagen de 1990, en el trazado español de Jerez de la Frontera, capta a la perfección la relación epidérmica entre Senna y su monoplaza. Agachado a la izquierda del McLaren, el piloto posa de forma delicada una mano sobre la carrocería mientras se asoma al interior de la cabina. Con mirada de enamorado, comprueba que todo marcha bien.
El coche blanco y rojo, que luego fue gris, luego rojo y negro, ahora naranja como en sus orígenes, brilla como un espejo. La prohibición de la publicidad del tabaco en la Fórmula 1 no llegaría hasta 2005, así que la marca Marlboro campa a sus anchas por la superficie del bólido y por el mono de Senna, desabrochado y anudado a la cintura de cualquier manera.
Aquel Gran Premio de España de 1990 no fue una carrera propicia para el brasileño. Pese a ser el primero en la parrilla de salida, se retiró después de 53 vueltas con problemas en el radiador. Ganó el francés Alain Prost, con Ferrari, que recortó a 11 puntos la ventaja de Senna al frente de la clasificación del mundial, con solo dos carreras pendientes.
Todo se resolvió en la siguiente, en Suzuka (Japón). Senna, enojado por una decisión de la Federación Internacional (FIA) que, pese a haber logrado él ,la “pole” le condenaba a salir por el lado sucio, embistió a Prost en la primera curva y ambos acabaron fuera de pista, eliminados y… con el título en manos del piloto de McLaren. Tiempo después admitió la intencionalidad de esa acción, de la que nunca dudó ni un solo aficionado del mundo. Ni siquiera en Brasil.
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Senna disfrutó de ese mundial y de otro más, al año siguiente. Entró luego en un bache que le condujo a la séptima plaza en los dos siguientes certámenes. Decepcionado con McLaren y desesperado por volver a posar su mirada de enamorado sobre un coche, fichó por Williams. Fue líder en la salida de las tres pruebas iniciales. No acabó las dos primeras y en la tercera se mató.
La rotura de la columna de dirección fue, según el posterior juicio, la causa del accidente.
Desde entonces, la Fórmula 1 cambió radicalmente su política de seguridad. Todas las medidas llegaron tarde para Senna, el hombre que aseguraba que hablaba con Dios, que era capaz de partir con su coche una cerilla colocada en el guardarraíl del circuito pero que no logró esquivar la dureza de un muro.
“El día que ha de llegar, llega. Puede ser hoy o de aquí a 50 años. La única cosa verdadera es que va a llegar”, solía decir cuando se le preguntaba si temía la muerte.
A él le llegó con 34 años, en la primavera de la vida. Este 21 de marzo habría cumplido 60, la edad asociada con el otoño biográfico. Si pudiera cumplirlos, sus ojos de enamorado echarían de menos en estos días el paso de los coches por los circuitos, cerrados sin remedio por culpa de las carreras descontroladas de un virus.